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Castillo de Sigüenza

Castillo de Sigüenza


Descripción

Si hay una ciudad que compite en historia y en belleza monumental con la propia capital esa es Sigüenza. “Tierras trágicas hacia Sigüenza” escribió Unamuno camino de la ciudad mitrada, en referencia a la austeridad del paisaje y a los sucesos históricos. La primera recomendación al llegar a Sigüenza es parar la moto en las inmediaciones de la alameda y realizar un meticuloso recorrido a pie por sus calles. Cada rincón, cada cornisa, cada puerta, cada fachada, son una obra de arte. Por más que el viajero venga a esta ciudad, nunca dejará de encontrar detalles que no había visto con anterioridad. Sigüenza fue, desde antiguo, una ciudad medieval de obispos y artistas que se conserva hoy en día gracias al cuidado meticuloso de los vecinos.

Si la aparición de la ciudad, recostada sobre el hondo valle del Henares, es un espectáculo inolvidable, con los torreones de la catedral y del castillo, hoy Parador Nacional, sobre los rojos tejados; el entorno de las calles y de los palacetes no lo son menos. El viajero no debe dejar de admirar la catedral, obra de estilo románico y gótico cisterciense. Notables son las capillas de San Juan y Santa Catalina, donde están los sepulcros de la familia Arce, sobre los que destaca el de Martín Vázquez de Arce, caballero santiaguista que murió en plena juventud luchando por la conquista de Granada. Su talla es de alabastro y en ella aparece recostado leyendo un libro, con una placidez en sus gestos digna del mejor tallista. A esta obra se la conoce como el Doncel de Sigüenza y está considerada una de las joyas de la escultura funeraria de todos los tiempos. La catedral seguntina es un universo en sí mismo, donde hay obras de arte de todas las épocas y estilos distribuidos por las capillas y el museo, sala que tiene su réplica en un edificio esquinado frente a la puerta principal del templo. Las iglesias de San Vicente, Santiago y Nuestra Señora de los Huertos bien merecen una visita.

Entre los edificios civiles destacan la antigua cárcel; el seminario de San Bartolomé, obra barroca de profusa decoración y la antigua universidad, hoy palacio episcopal, severo edificio del siglo XVII. La Plaza Mayor es una de las piezas más sobresalientes del estilo castellano, rematada por el hermoso conjunto de la catedral y el edificio renacentista que acoge el actual Ayuntamiento. En Sigüenza se podrá encontrar una valiosa cerámica y alfarería popular. Tiendas de antigüedades y tres trabajos artesanos arraigados a la tierra. Por un lado, los espejos y marcos seguntinos, hechos con cobre y latón, con un original aire medieval de tonos dorados; el taller de botas y pellejos de vino y un envasador de miel y jalea extraído de las colmenas serranas. Pero tal vez el artesano de más renombre sea el cincelador Mariano Canfrán. Un veterano artesano que realiza auténticas obras de arte de una originalidad manifiesta a base de paciencia, golpeando con su cincel el cobre y el latón. Paisajes, retratos o bodegones de una calidad excelente, que difícilmente se encontrará en otro punto de España. Un recuerdo que bien merece la pena para no olvidarse nunca del paso por una ciudad eterna y una provincia hospitalaria y viva que huele a higueras, a bosque de coníferas, a manantiales nerviosos y a buen asado en horno de leña.

El edificio civil más destacado es el Castillo de los Obispos, que está totalmente restaurado y adecuado como Parador Nacional. Se trata de una fortaleza de grandes dimensiones, que sirvió de residencia durante siglos a los obispos de la ciudad. Se accede a él por el extremo norte, a través de las torres del obispo Girón de Cisneros, y en su interior destacan el ancho patio, la capilla, el salón de Doña Blanca y el salón de Justicia, entre otros.

La restauración de la sede episcopal en Sigüenza, por parte de la monarquía castellana, alentó el crecimiento de esta villa, que tomó nuevas fuerzas cuando poco después, en 1138, Alfonso VII concedió a los obispos el señorío civil sobre la ciudad y sus gentes. Desde entonces, la historia de Sigüenza y su castillo ha corrido pareja con la de sus obispos. Ellos levantaron, desde los inicios del siglo XIII, este castillo que fue haciéndose cada vez más grande y poderoso. En él residieron estos magnates eclesiásticos y en sus salones pusieron capillas, tribunales y cárceles. Una guarnición potente de militares y servidores estuvieron siempre al cuidado del castillo. Sigüenza cuenta con varios restaurantes, dos de ellos con Estrella Michelín, y numerosa oferta hotelera además del mencionado Parador, donde poder degustar los platos típicos de la cocina serrana y castellana.

 

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Fuera de ruta

Un interesante fuera de ruta desde Sigüenza nos conduciría, por la carretera que comunica con  la A2, hasta Baides,  pueblo de ferroviarios  atravesado por el río Henares. En Baides hay un museo al aire libre dedicado al tren. A lo largo de un singular paseo, que comunica el pueblo con la estación, una inmensa arcada de chopos arropan “bajo palio” al paseante. Junto al río, cinco paradas, en cinco estaciones, por supuesto a pie, nos cuentan la historia de ese “caballo de hierro” que ha marcado la historia de la humanidad. Viejas locomotoras restauradas, auténticas obras de arte de la ingeniería y la mecánica que nos trasladan a las viejas novelas de finales del siglo XIX; casetas, pasos a nivel, herramientas, catenarias y un sinfín de artilugios perfectamente expuestos gracias al tesón de Antonio, su alcalde y a un grupo de colaboradores. Un viaje por la  historia del ferrocarril, mientras paseamos  a orillas del Henares.

Desde Baides, si lo que nos apetece es hacer una ruta a pie nos podemos acercar hasta Viana de Jadraque , aparcar,y pasear por el otro Barranco de la Hoz. Viana de Jadraque es un pueblo pequeño y acogedor. Presume de tener una fuente con caños de plata, en forma de cangrejo, donados por un vecino que fue joyero de taller y generoso con los suyos. Desde hace unos años, la localidad es conocida entre los amantes y practicantes de la escalada. El comienzo del paseo por este singular barranco se inicia junto a unas pistas deportivas y unas bodegas, al lado de una fuente ensombrecida por una noguera. Nada más entrar en el barranco hay otra fuente y frente a ella las “Cuevas de los moros”.

El otro Barranco de la Hoz no tiene las dimensiones del que ha forjado el río Gallo en las inmediaciones de Molina, pero posee un encanto especial. La imaginación juega un papel muy importante en este tipo de aventuras. Rostros, quillas de barco, figuras humanas y de animales… cualquier imagen es posible si se avanza por el desfiladero con la predisposición adecuada. A la vuelta de cada recodo hay una sorpresa, una muy grata sorpresa que hace el paseo entretenido y feliz.