Una ruta turística en moto por la provincia de Guadalajara. Organízala a tu aire.
Castillo de Cifuentes

Castillo de Cifuentes


Descripción

El nombre de la villa de Cifuentes, que impresionará al viajero por la majestuosidad de su castillo y por la belleza de su monumental iglesia, procede de las Siete Fuentes que por diversas bocas surgen del cerro meridional y forman un caudaloso río conocido como río Cifuentes, que en Trillo se junta con el Tajo. Otros dicen que el nombre proviene de las cien fuentes que surgen de las rocas que rodean el pueblo, que si no son cien le faltará poco. Todo ello hizo que el infante don Juan Manuel la llamara Centfóntibus en su famoso Cronicón. Por una razón o por otra el caso es que el agua está presente de manera primordial en esta villa, desde sus orígenes.

Con Alfonso X, El Sabio, Cifuentes consigue independizarse del común de Atienza, constituyéndose en villa, cabeza de comunidad y de señorío. En 1317 el infante don Juan Manuel, sobrino del rey, compró todas las prerrogativas señoriales y jurisdiccionales de Cifuentes. Del inmenso señorío que construyó el autor del libro El Conde Lucanor, considerado como un auténtico estado itinerante, destaca la ansiosa necesidad de este sobrino de reyes de hacerse construir castillo o de tomarlos en armas fuera donde fuera. Mandó, pues, construirse uno en la villa de Cifuentes, que comenzó a levantar en el año 1324. En Cifuentes, una vez construida la fortaleza, se recogió en varias ocasiones este personaje. En su conocido Libro de la caza, menciona el arroyo de Cifuentes "que nace en Cifuentes y entra en el Tajo cerca de la casa de Trillo... En este arroyo y en las lagunas cerca de San Blas hay muchas ánades y partidas de garzas". De las lagunas no queda rastro. El castillo, que está en proceso de restauración,  tiene una torre del homenaje a la que se ingresa desde el patio de armas por una puerta situada en el primer piso, tiene varias plantas y es accesible hasta su terraza, presentando las características estilísticas y militares de estas obras góticas. Lo más destacado es la escalera de caracol situada en el ángulo exterior que forma el pentágono.

 En cuanto al resto de monumentos hay que reseñar los restos de la muralla que rodeaba el pueblo y de la que aún quedan algunos vestigios. La Iglesia de El Salvador es un hermoso edificio en el que se mezclan dos estilos arquitectónicos bien diferenciados, aunque su aspecto dominante es el de un templo gótico. De entre todos sus elementos destacan la portada románica de Santiago. El conjunto de esta portada representa el antiguo poema de Prudencio titulado la Psicomaquia en el que se desarrollaba una batalla entre la Fe y la Idolatría. Lo que se ve en la arquivolta exterior de la portada son, de izquierda a derecha del espectador, siete figuras diabólicas provistas de elementos de martirio y pecado. Una de ellas sorprende por su verismo: es una diablesa horrible, deforme, desnuda, de grandes pechos lacios, que está pariendo una pequeña figurilla, puesta boca abajo, coronada y con un cetro en la mano; viene a representar, con gran crudeza, el origen diabólico del rey. Son representaciones de vicios. En la parte derecha de esta arquivolta externa se ven otras siluetas de siete figuras que, por este orden, representan de abajo a arriba una pareja humana, vestida con amplios mantos, que aplastan con sus pies una cabeza monstruosa; el obispo don Andrés, de Sigüenza, un peregrino con sombrero, bordón, cantimplora y manto, que pisa a un demonio; un hombre devoto, orante, con vara de autoridad, pisando a otro demonio; una mujer anciana, con vara y finalmente una reina. Son las virtudes.

Frente a la iglesia parroquial, ocupando el lado norte de la Plaza de la Provincia, se encuentra el edificio de lo que fue Convento de San Blas, de frailes dominicos. De él queda el enorme edificio con patio central, sobre cuya puerta luce un escudo de la orden con una leyenda en latín. La iglesia adjunta está restaurada como Centro Cultural.

Del Hospital de Nuestra Señora del Remedio, construido en el siglo XVI, sólo quedan su iglesia y su patio. Se puede admirar la portada, con un bello arco gótico, con sendos escudos del cabildo eclesiástico de la villa, y en el interior, de una sola nave, una bóveda de crucería. Se perdió su retablo barroco y del patio, que poseía un claustro, con columnata clasicista, apenas queda nada.

El único que permanece vivo en Cifuentes es el Convento de monjas capuchinas de Nuestra Señora de Belén, fundado por el cuarto conde don Fernando de Silva, en 1527.  La Plaza Mayor, con soportales, de traza triangular, es una de las más hermosas de toda la Alcarria.  La famosa Casa de los Gallos es un curioso edificio situado frente a la iglesia de San Salvador. Posee un elemento arquitectónico bien diferenciado, cuya construcción se remonta, según la fecha grabada en el dintel de piedra de dos de sus puertas, al siglo XVII. Fue hecha para servir de sede y residencia a una de las familias más adineradas de la ciudad. El nombre le vino de una pareja de estos animales que, recortados en chapa metálica, adornaban los extremos de la barandilla del balcón principal y que fueron vendidos. Su fachada principal da a la plaza de la iglesia y en su fachada destaca el escudo.

En una vaguada del terreno, como escondido entre los bosques de pinos que crecen al este de Cifuentes, y tras subir las curvas de la carretera que lleva a Canredondo y Saelices, se encuentra el Santuario de la Virgen de Loreto conocido popularmente como la cueva del Beato, pues allí existió desde siglos remotos una pequeña ermita en la que la tradición situaba el martirio de San Blas. Allí se retiró en 1671 a hacer vida solitaria el sacerdote cifontino don Pedro Girón de Bueno. Se le unieron rápidamente otros sacerdotes, fundando la congregación del Oratorio de San Felipe Neri, levantando con ayuda del pueblo un edificio del siglo XVII y que es un templo en forma de ermita, adherida a una pequeña residencia, cuyo portón principal está rematado por un gran escudo heráldico de la Orden de San Francisco. Todo ello, y su entorno, están restaurados y son un lugar de reunión y excursión para los vecinos de la zona.

En Cifuentes hay buenos restaurantes donde se puede comer con buena calidad y a precios razonables.

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Fuera de ruta

Nuestro fuera de ruta nos lleva a Trillo. Siguiendo la carretera, se dejan atrás las dos chimeneas de hormigón y por una gracia del paisaje el viajero se encuentra con dos chimeneas naturales formadas por dos cerros. Son las populares Tetas de Viana, ubicadas en las inmediaciones del pueblo de Viana de Mondéjar, hacia donde debemos trasladarnos para acceder con la moto casi hasta sus pies. Debido a la corona de roca que tienen en su cumbre se les llamó antiguamente peñas de Alcalatén y peñas de Braña. Su altura es de tan sólo 1.195 metros, sin embargo se ven desde casi toda la comarca debido a su situación. Son el emblema de la Alcarria. En una de ellas, la que ahora es accesible a pie hasta su cumbre, hubo una antiguo castillo que ya estaba en desuso en 1445 cuando se terminó de construir el que hubo en un cerrete sobre las casas del pueblo de Viana, junto a la iglesia y del que quedan los restos de una planta cuadrangular de piedra.

Por el casco viejo de la localidad de Trillo pasa el río Tajo, que da un aire alegre y señorial a las casas. Recomendable un paseo por las orillas del río, aguas abajo, hasta la ermita. En una extraña y atractiva filigrana arquitectónica levantada en el centro del pueblo, destaca una cascada de agua que produce un sonido monótono y refrescante, se conoce popularmente como El Pozo, y es la antesala de la desembocadura del río Cifuentes en el Tajo.

Trillo conserva en sus calles caserones de grandes fachadas y aspecto interesante. Los antiguos Baños de Carlos III, que tanta fama tuvieron en el siglo XVIII, se ha convertido en balneario y junto a él, las antiguas casas de los pobladores del que fuera sanatorio conforman un centro turístico, “L Colvillo”, en el que el Ayuntamiento tiene fundadas esperanzas para potenciar el turismo en la zona. No hay que olvidar que Trillo es una de las puertas naturales hacia el Alto Tajo, el paraíso turístico natural más importante de toda la provincia. El pueblo tiene dos monumentos interesantes. Uno, los restos del castillo, del que queda únicamente la portona ojival de entrada al pueblo y otro, la iglesia de la Virgen de la Zarza, una interesante muestra del románico alcarreño del siglo XII transformado en época barroca.

 Junto al pueblo, a dos kilómetros por la carretera que nace en la zona alta del pueblo, se encuentran los restos de uno de los monasterios cistercienses cuya historia estremeció en su día a todos los defensores del patrimonio artístico de nuestro país, el Monasterio de Ovila, hoy de propiedad privada e imposible acceso. Fue fundado en 1181 por Alfonso VIII, junto al río Tajo, para refugio de los frailes del cister.

Imágenes, ornamentos y joyas, así como interesantísimos retablos de su iglesia pasaron a las parroquias de los pueblos cercanos donde la Guerra Civil del 36 acabaría con casi todo. Los documentos de su archivo desaparecieron, robados o malvendidos al peso. Hasta las ruinas fueron vendidas en una rocambolesca historia a un magnate norteamericano universalizado por Orson Welles en su popular película Ciudadano Kane. Este ciudadano, de apellido Hearst, compró las ruinas todavía en no muy mal estado del convento en 1930 y organizó un escandaloso éxodo de sus piezas arquitectónicas más sobresalientes hacia Estados Unidos.

Desde Trillo nos dirigimos, por el territorio del pantano de Entrepeñas, conocido como “Mar de Castilla”, hacia Durón. Es el momento de disfrutar de excelentes vistas de agua entre los pinares y las carrascas. La ermita de Nuestra Señora de la Esperanza se encuentra en uno de los lugares más bellos de la Alcarria. La mejor vista del pantano de Entrepeñas y del pueblo de Durón se tiene desde el umbral de este pequeño templo, que un día fue trasladado piedra a piedra desde lo que hoy es el embalse. La ermita es del siglo XVII, se accede a ella desde la carretera, y tras ella hay, como casi siempre, una leyenda que habla del deseo de la Virgen aparecida de que se construyese un templo en el lugar preciso. Al errar los constructores en su emplazamiento, todo lo que se alzaba por la mañana desaparecía por la noche. Hasta que dieron con el enclave y en poco tiempo, con la ayuda divina, la ermita quedó levantada.

Desde este cerro sagrado se ve la obra civil del pantano y, desde la distancia, la figura del pueblo de Durón, dividido en tres pedazos “dos en la ladera, y otro más pequeño al lado del camino y de las huertas”, como escribió Cela. Un pueblo de calles empinadas, protegido por el cerro del castillo, que le sirve de parapeto frente a las ventiscas y que ayuda a que las huertas sean más frondosas. La mejor vista de este pueblo señero, cabeza de partido, se tiene desde la Esperanza. Al atardecer, los rayos anaranjados del sol recubren los tejados de ámbar y entonces Durón parece un pueblo blanco, ya lo dijo Belinchón, “traído piedra a piedra desde la sierra de Ronda”. Guadalajara tiene estas cosas. Por las calles de Durón pueden verse casonas y palacios de los siglos XVI y XVII con escudos nobiliarios, una iglesia del siglo XVII, una picota y una fuente barroca del siglo XVIII. Durón tiene un recorrido ameno y tranquilo por sus calles.

Daremos ahora un pequeño rodeo, alejándonos un poco del embalse, pero sin dejar de verlo, para disfrutar de nuevas e imponentes vistas sobre este humedal artificial de la Alcarria.

Pasamos en primer lugar por Budia, cuya Plaza Mayor, uno de los mejores ejemplos del urbanismo alcarreño tardo medieval, es de forma trapezoidal y en ella se encuentra el edificio renacentista del Ayuntamiento. La iglesia parroquial está dedicada a San Pedro. Su portada constituye una de las escasas muestras del plateresco en nuestra provincia. Debemos admirar la fachada del Convento de las Carmelitas y la espectacular picota con cuatro cabezas de animales. Pero sin duda, como en Durón, lo mejor es perderse por las calles de Budia y admirar las casas palaciegas como las del Conde de Romanones, la Casa Poyatos, antiguo hospital, la Casa del Duende y la casa de los López Hidalgo, todas ellas con escudos nobiliarios en sus fachadas. Son muchas las vistas al embalse de Entrepeñas. Son muchos los cerros desde donde puede verse el agua del Tajo serpenteando entre las laderas. Si nos asomamos al pueblo de Alocén, por ejemplo, el agua se recoge en un barranco y rara vez deja los tonos verdes o azulados, según la época del año, por muy seco que baje el río. Hermosa es la vista, convertida en mirador, y orgullo de un pueblo que gusta de apoyarse en su paisaje para llamar a los visitantes.

Pero antes de llegar a Alocén, nuestra ruta nos acerca a El Olivar, donde el paisaje de agua, tierra y olivares se pierde en la distancia abriendo a nuestros ojos un horizonte de contrastes. Cuando el año viene de lluvias, el Tajo se convierte en un mar denso y claro que acaba fundiéndose con el azul del cielo. Si viene seco, los distintos tonos ocres se entremezclan con líneas azuladas que van esquivando los pequeños olivos alcarreños. Todo parece compuesto a propósito en este mosaico.

El Olivar es un pueblo modélico. Se conservan las casas uniformes de piedra caliza. Es un referente de la reconstrucción bien entendida. Hoy, en El Olivar, lugar de peregrinación para quienes quieren asomarse al Tajo, hay restaurante y casas rurales en los que satisfacer la demanda del turista. Es un claro ejemplo de la importancia de este sector en la lucha del hombre por contener la despoblación de los municipios.

Desde Alocén, tomamos la moto  por los agradables vallejos alcarreños hasta llegar a Chillarón del Rey, un pequeño pueblo al que hay que desviarse a mano izquierda y en cuya iglesia se encuentra un hermoso retablo. De hecho, su iglesia del siglo XVI es una edificación perfecta. En cuanto al retablo, de estilo barroco tardío, se construyó en 1730, de corte churrigueresco y fue elaborado por entalladores y retablistas de la escuela madrileña, una auténtica joya que no se debe dejar de visitar y que sorprende por no estar policromado. En la plaza Mayor todavía se conserva la casona del Cabildo de la Catedral de Cuenca, a cuyo obispado perteneció la zona.

Os propongo ahora una fuera de ruta hasta Mantiel, sabedores de que luego tendremos que desandar el camino andado, sin dejar la moto, para dirigirnos a nuestra próxima parada: Pareja. Mantiel es un pueblo pequeño desde el que se puede mirar hacia el horizonte hasta perderse la vista. Tiene un mirador desde el que se ven las viejas y las nuevas “tetas” alcarreñas: las de Viana a la derecha y las humeantes de la Central de Trillo, a la izquierda.  Mantiel cuenta también con un observatorio astronómico que se visita los viernes y los sábados, siempre que el cielo lo permita. Os aconsejo de todas formas que llaméis antes o enviéis un correo electrónico.

En el pueblo hay otro observatorio: el del mundo de las abejas. Se trata de un pequeño museo y de un aula práctica, separados uno de otro unos 200 metros. En el primero se aprende de manera rápida y didáctica cómo se comunican las abejas, qué significan sus movimientos en círculo dentro de la colmena, cómo elaboran la miel, cómo viven y cómo mueren estos animales que necesitan recorrer 40.000 kilómetros (una vuelta al mundo) para elaborar un kilo de miel y que tanto nos enseñan sobre el comportamiento social y el trabajo en equipo. Con juegos interactivos, audiovisuales y unos alegres paneles informativos, en Mantiel se puede disfrutar de este interesante museo que tiene su laboratorio práctico en un  recinto situado a cinco minutos del pueblo. Allí, tras un gran ventanal, los visitantes ven a las abejas en pleno funcionamiento. Frente a las colmenas hay un campo sembrado de plantas aromáticas para alimentarlas donde se dan cita una larga variedad de especies (romero, espliego, tomillo…) perfectamente señalizadas con balizas para distinguirlas y aprender cuáles son los ingredientes que convierten a nuestra miel en la más valorada del mundo.

En Pareja hubo un castillo del que apenas quedan unas ruinas rectangulares, los restos de una torre de cuatro metros de alto, que mira hacia el barranco, todo ello entre unos muros reconstruidos y los de otra torre, completa aunque desmochada, con buenos sillares y unos ocho metros de alto. Hasta no hace mucho, destacaba en Pareja su olmo bicentenario, con una copa impresionante que cubría toda la plaza, su iglesia renacentista del siglo XVI y el palacete de los Obispos de Cuenca, en la misma plaza central. Antes de llegar al pueblo, puede disfrutarse de un interesante paseo circular junto al agua del embalse en el azud. Sin duda una zona recreativa que aporta un aliciente más para visitar el municipio.

Entre Pareja y, la que será nuestra siguiente parada, el Monasterio de Monsalud, un desvío a mano izquierda nos indica el pueblo de Alcocer, hacia donde se dirige nuestro fuera de ruta.   Antes de llegar al pueblo de Alcocer, nos llama la atención la estampa de un monasterio que se encuentra junto al pueblo de Córcoles. Nos detendremos a la vuelta. Alcocer está en un valle conocido como la Hoya del Infantado, que se extiende por ambas orillas del río Guadiela. De Alcocer destaca su iglesia. En sus piedras pueden verse las firmas de 19 canteros a lo largo de su historia en sus diferentes construcciones y una docena de relojes de sol. Mayor Guillén, la que fuera amante de Alfonso X, fue mentora de la construcción de su iglesia.  Se la conoce como la catedral de la Alcarria y no es un farol. Su torre es gótica, preciosa, sencilla y compleja al mismo tiempo. En sus paredes hay restos de varios estilos y la figura de un pelícano que tiene su historia, una imagen de la Virgen del Tremedal y un Sansón sujetando las columnas. Tras el altar hay una preciosa girola.  Alcocer fue una villa importante en la Edad Media y no dejó de serlo en época de los Mendoza. Sus casas, algunas con grandes escudos y arcos de piedra en sus fachadas, dan fe de ello. Otra de los grandes atractivos de Alcocer es su gastronomía. Pasado Alcocer se encuentra Salmerón, donde en tiempos hubo un castillo ubicado donde hoy está el cementerio, y un recinto amurallado con varias puertas del que solo queda el recuerdo de los vecinos.